La irrupción de la Inteligencia Artificial en los procesos creativos está transformando la manera en que los artistas conciben, desarrollan y materializan sus ideas. Cada vez más, el prompt —esa frase o conjunto de instrucciones que se da a un modelo generativo— se convierte en la chispa inicial de una obra. Esa chispa no se limita a pedirle a la máquina que produzca, sino que busca diseñar y refinar metodologías de ideación que permitan pasar de lo posible a lo significativo.
Este artículo propone mirar el uso de la IA como un laboratorio creativo que combina tres momentos esenciales del pensamiento o fases: la divergencia, la investigación y la convergencia. Se trata de técnicas creativas conocidas que, en el contexto de la IA, adquieren un nuevo potencial.
Divergencia: abrir sin pedir permiso
La fase divergente es el terreno del ensayo, la multiplicidad y la exploración. Se trata de abrir la puerta a todo lo imaginable, sin filtros ni juicios inmediatos. Con la IA, esta etapa se vuelve especialmente fértil porque las herramientas generativas permiten variar a gran velocidad.
Algunas prácticas de divergencia con IA incluyen:
- Variaciones masivas de mensajes: cambiar adjetivos, estilos, referencias culturales o emociones para generar decenas o cientos de resultados.
- Combinaciones improbables: unir elementos difíciles de visualizar sin IA, como fusionar registros antagónicos: “el sonido del silencio reproducido en tiempo real junto a la lectura de un paisaje invisible”.
- Sesiones de caos controladas: introduzca indicaciones intencionalmente ambiguas o contradictorias y observe qué emerge del algoritmo.
- Inspiración cruzada: usar distintos modelos (texto a imagen, texto a música, texto a 3D) en paralelo para multiplicar estímulos.
El objetivo no es encontrar la obra final, sino expandir el imaginario y detectar direcciones inesperadas.
Investigación: dar densidad y dirección
Entre la divergencia y la convergencia aparece un momento crucial: la investigación. Aquí el artista se detiene a analizar, contextualizar y comprender tanto lo que la IA está generando como el universo que rodea a su propuesta.
En esta fase, el objetivo no es solo “elegir”, sino nutrir el proceso creativo:
- Análisis crítico: revise qué patrones, errores o hallazgos emergen de las pruebas divergentes.
- Documentación visual y conceptual: recolectar referencias históricas, teóricas o culturales que aporten nuevos caminos.
- Exploración técnica: experimentar con diferentes modelos de IA, ajustes de parámetros y metodologías de Prompting .
- Preguntas curatoriales: reflexionar sobre cómo dialoga lo producido con debates contemporáneos como la identidad, la memoria, el cuerpo, el planeta, lo animal o la tecnología.
La investigación evita que el proceso sea solamente aleatorio. Se convierte en un puente que transforma la abundancia de la divergencia en una materia enfocada que prepara el terreno para la convergencia.
Convergencia: seleccionar, afinar, asumir
La convergencia es la fase de enfoque. Aquí el artista deja de multiplicar ideas, imágenes, sonidos o textos y empieza a discernir cuáles tienen fuerza conceptual, coherencia estética o potencia narrativa.
En la práctica, esta etapa se traduce en:
- Curaduría de salidas: elige entre los experimentos previos aquellos que resuenan con más fuerza.
- Iteración consciente: ajustar las indicaciones seleccionadas, puliendo matices o perfeccionando el acabado.
- Intervención manual o híbrida: trabajar sobre lo generado mediante técnicas digitales o tradicionales.
- Construcción del significado: articular la obra dentro de una relación propia o en diálogo con un marco cultural específico.
La convergencia, así entendida, constituye el cierre del ciclo: dar forma a una propuesta clara, cargada de intención y abierta a su lectura artística.
Una coreografía en tres actos.
Al observar el proceso completo, queda claro que no se trata de pasos lineales, sino de movimientos circulares, repetibles e incluso fragmentarios. El uso de la IA puede incidir en cualquier fase del proceso creativo de forma independiente: en la ideación, en la producción, en la exhibición o en la promoción de la obra.
La divergencia abre y juega con el azar; la investigación profundiza; y la convergencia concentra, destila y depura. A menudo, tras una selección final, el artista regresa a la exploración oa la indagación para dar nuevas vueltas de tuerca.
La inteligencia artificial potencia cada etapa, pero es la mirada humana la que da sentido. Este modus operandi convierte al artista en alguien que no solo produce, sino que diseña metodologías críticas e híbridas para expandir lo imaginable y transformarlo en lo significativo.
Artistas fundamentales del siglo XX, como John Cage, incorporaban el ruido cotidiano, la variabilidad y el vacío creativo de la filosofía Zen en sus procesos. El uso de la IA, especialmente en la fase divergente, permite situar al artista en el horizonte de lo posible, abrir portales a lo inesperado y, solo después, modular esa abundancia a través de la investigación y la elección consciente.
El corazón del método reside en ese equilibrio: abrirse a la sorpresa y luego decidir, ir del caos fértil al significado personal y cultural. Así, la creación con IA, en cualquier fase del proceso, puede convertirse en un espejo de la vida en constante devenir, donde la autoría se reinventa como diálogo y apertura, y el arte cumple su función esencial de preservar la energía del cambio.